Noticias de la Villa: Los Espías que sabían dibujar

“Cargapatache”, fue un piloto portugués que visitó a La Habana en 1574, en un viaje que no hubiera tenido mayor trascendencia, de no ser por la habilidad del marino, para dibujar. Gracias a esto, nos legó uno de los primeros planos de la entonces desaliñada y pastoril villa, que con los siglos se transformaría en la capital de Cuba.

Con el dibujo, también escribió una relación de lo que vio, donde dice, entre otras cosas que: “Encima de este morro está una torrecilla blanca, que de alta mar parece nao, que va a la vela, donde residen los guardas y centinelas que guardan el puerto… Hay de ordinario hasta 150 vecinos que los más de ellos parecen vivir del hospedaje que hacen a los que por allí pasan, de la labranza y crianza…Tiene una fortaleza de las mejores que sabemos… Asimismo el gobernador y el alcaide es cabo de dos galeras muy bien aderezadas y armadas que recorren y guardan aquella costa…”
El texto, mucho más extenso, brinda una información de extraordinario valor estratégico sobre el todavía precario sistema defensivo de la villa, sus coordenadas geográficas, e incluso hace una descripción de los accidentes más notables en la costa, entre el Cabo de San Antonio y La Habana.
Probablemente “Cargapatache”, puso la información en manos del mejor postor y estos, sin dudas, eran los corsarios y piratas que andaban como tiburones por el Caribe en el siglo XVI.

Para los filibusteros de entonces, carentes de sistemas de navegación satelital, celulares y ordenadores, la sencilla descripción de un marino y un modesto croquis hecho a mano, podía hacer la diferencia entre obtener un gran botín o irse con las manos vacías.
Aunque España hizo todo lo que estuvo a su alcance, para mantener el secreto de las rutas de navegación hacia el Nuevo Mundo, durante los primeros años de la Conquista, no pudo evitar en la temprana fecha de 1520, el asalto del corsario francés “Juan Florín”, a tres galeones que transportaban los tesoros arrebatados por Hernán Cortés a Moctezuma.
El botín, consistente en más de 50 mil pesos oro y varias toneladas de plata, puso muy codicioso al rey de Francia, Francisco I, quien dio la orden de llevar a otro nivel las depredaciones de sus corsarios.
La triada de pesadilla estaría completa con la incorporación de Inglaterra y Holanda, que reclamaban su parte en el pastel novomundista, y que no le darían tregua a España, por mar y tierra, durante 200 años.

El espionaje para recabar información, sería de vital importancia para el éxito de las depredaciones. Corsarios como Jackes de Sores, Henry Morgan o Francis Drake, no perdieron la oportunidad de incluir en sus tripulaciones a cronistas, dibujantes, cartógrafos y naturalistas, que iban acopiando gran cantidad de datos e ilustraciones sobre los mares, territorios y enclaves, controlados por España, sobre todo cuando, tras el asalto y ocupación de algún puerto o villa, la plaza y sus castillos, eran explorados y cartografiados para facilitar ulteriores acometidas.

Las victorias sobre la armada española eran exaltadas con dibujos y grabados heroicos de gran calidad, que luego se publicaban en Europa con mucho éxito. De este carácter es la serie de grabados sobre la captura de la Flota de la Plata en 1628, por el corsario holandés Piet Heyn, en la Bahía de Matanzas en Cuba, confeccionados a partir de los bocetos realizados en el lugar de los hechos.

Entonces no existían las cámaras fotográficas, pero las pinturas, dibujos y relaciones, de algunos “turistas” ocasionales que en algún momento entre los siglos XVII y XVIII, visitaron La Habana, brindaron información muy valiosa a los enemigos de España, sobre la ubicación de sus defensas y la naturaleza de sus vulnerabilidades.
Sin dudas que el más notable de los espías dieciochescos, lo fue el Contraalmirante británico Charles Knowles, quien al concluir las operaciones militares entre Inglaterra y España de la llamada “Guerra del Asiento”, viajó desde Jamaica a La Habana, en 1748, siendo recibido con toda pompa por las autoridades españolas.

Durante varios días, hizo un “tur”, acompañado por sus anfitriones, por todo el sistema de defensas de la villa, de lo cual tomó nota y realizó los croquis pertinentes, que después le sirvieron para diseñar un plan de ataque a La Habana, cuando las circunstancias lo hicieran posible.
Una década después, este sería el plan que cumpliría al pie de la letra George Keppel, Conde de Albemarle, cuando en 1762, estuvo al frente del asalto y toma de La Habana, con el contingente naval más poderoso nunca antes visto; sólo superado muchos años después, por el Desembarco de Normandía en 1944.

