La Habana añeja, ecléctica y moderna
Texto y fotos: Rolando Pujol
Según la tradición, al celebrarse la primera misa y reunión del Cabildo bajo una ceiba, el 16 de noviembre de 1519, la fundación de San Cristóbal de La Habana, quedó legal y materialmente por sentada. Cuarenta años más tarde, la villa sería convertida en la capital de la Isla de Cuba y su puerto en la escala obligatoria de todos los buques llegados al Nuevo Mundo.
Durante los cuatro siglos posteriores, la ciudad de La Habana, tuvo un accidentado derrotero que la obligó a resistir el asedio de codiciosos enemigos y a sobrevivir las veleidades y penurias de sus habitantes. Su lucha mayor en la última centuria, ha sido contra los estragos del tiempo.
El Malecón, largo muro que detiene las olas del septentrión y da abrigo a enamorados y besos; une en un solo rostro las tres personalidades con que se presenta la Habana de comienzos del tercer milenio.
La primera es la de la añeja y portuaria Habana Vieja, rodeada de fortalezas, bendecida por sus templos y tapizada de adoquines. La segunda es Centro Habana, animada por decenas de autos añosos, que se resisten a desaparecer como los dinosaurios y sobregirada de eclécticos afeites.
Y la Habana Moderna, encopetada con los estilizados edificios y aristocráticos hoteles de mediados del siglo XX y el trazado de largos y luminosos paseos que se proyectan hacia el oeste, donde ahora la ciudad se despereza del letargo constructivo, preparando su salto hacia el futuro.