El Malecón habanero, una joya única

Redacción Exce…
22 April 2019 3:47pm
el malecon habanero

Entre los atractivos que para nativos y foráneos tiene La Habana figura el Malecón, que el escritor cubano Alejo Carpentier calificó de comparable únicamente con los de Niza y Río de Janeiro, capaz de hechizar completamente al más indiferente de los mortales.

El Malecón habanero, abierto ante la espléndida línea del litoral, fue según Emilio Roig de Leuchsenring “la primera entre las avenidas modernas de la ciudad, construida durante el período de ocupación militar norteamericana, y no con intención de mejorar el tránsito, sino por razones de salubridad y ornato público”.

De la obra,  cuyo primer tramo se extendía  solo desde el Castillo de la Punta hasta la Calzada de Belascoaín, dijo el historiador de la ciudad que “embelleció notablemente a La Habana, además de proporcionar a sus vecinos el mejor lugar de esparcimiento, siempre batido por las frescas brisas marinas”, y asediado por los embates de la corriente del Golfo.

“La ciudad ofreció desde muy pronto, a su entrada, un amplio semicírculo bordeado de nuevos edificios y a toda hora, especialmente por las noches, un panorama de excepcional  hermosura”, comentó Roig de Leuchsenring de la fabulosa instalación, en sus inicios nombrada  Avenida del Golfo, pero que el público prefirió llamarlo por el genérico de Malecón, que en los Carnavales deviene una inmensa pista bailable.

En su comienzo, frente al extremo del Prado, hoy Paseo de Martí, se elevó una pequeña glorieta de cemento, de discreto estilo griego, donde la Banda Municipal ofrecía retretas algunas noches a la semana, y el lugar se convirtió en uno de los más frecuentados de la capital y que poco a poco fue extendido por el hermoso litoral caribeño, el sitio más cosmopolita de la ciudad, que este año arriba a su medio milenio. 

 Algo muy especial que caracteriza al Malecón es la riqueza arquitectónica de las edificaciones que lo rodean, una gran parte en fase de remozamiento para preservar  el atractivo de las columnas barrocas, que adornan cabezas de animales, flores y plantas, cuyo brillante colorido persiste a pesar del tiempo y el implacable sol tropical..

A lo largo de ocho kilómetros bordea el Malecón el litoral de la capital cubana, donde,  en especial en las noches, ese hechizante amasijo de cemento deviene un lugar privilegiado para refrescar la canícula y el lugar predilecto de músicos, filósofos, poetas y pescadores para descansar, acariciados dulcemente por la suave brisa marina.

De acuerdo con sitios digitales la historia del Malecón comenzó en 1819 cuando se puso en práctica el llamado “ensanche de extramuros”. La ciudad crecía y el espacio costero que iba desde la entrada de la bahía hasta el Torreón de San Lázaro, era solo un espacio abierto de roca y mar, hermoso y en un lugar inhóspito, a donde iban algunas familias a tomar baños de mar en “barracones de madera pomposamente llamados baños…”, como alguien los denominó.

Por aquel entonces los bañistas se sumergían en las llamadas pocetas de ahogado, aprovechadas según la disposición de las rocas o que se cavaban artificialmente en estas, algunas pequeñas, con locales reservados para la familia y otras muy amplias, en las que hombres y mujeres se bañaban por separado. La urbanización de la ciudad y la edificación del Malecón motivaron la desaparición de esos reconfortantes baños de mar, creados gracias a las bondades de la naturaleza.

A mediados del siglo XIX el ingeniero militar Francisco de Albear, deseó que el Malecón fuera una avenida construida a cuatro metros sobre el nivel del mar, separada de la orilla, y formada en la parte inferior por una amplia galería que serviría como línea de ferrocarril y almacén del activo puerto habanero, proyecto que quedó en el olvido al ser desestimado por el gobierno español.

Pasó el tiempo y en 1901 el gobierno interventor norteamericano del General Leonardo Wood comenzó a construir el primer tramo del Malecón, que abarcó unos 500 metros, desde el Castillo de la Punta y el Paseo del Prado hasta la Calle Crespo.

Establecido como un bulevar junto al mar para deleite de las clases medias y acomodadas habaneras, el Malecón se expandió rápidamente hacia el este en la primera década del siglo XX caracterizado por una arquitectónica que mezclaba el estilo Neoclásico con el Art Nouveau, tal y como puede apreciarse hoy en día.

De acuerdo con sitios digitales especializados cada una de las prolongaciones efectuadas al Malecón conllevaba cambios en los fabulosos proyectos, los cuales aportaban un mayor encanto a ese muro largo y amado por los que viven en la bella ciudad, y cuya visita es una experiencia singular para el turismo internacional.

El Malecón es una de las avenidas más auténticas de La Habana, con mar y sol a plenitud, olas que se yerguen amenazadoras en época de tormentas y huracanes que pueden poner en riesgo las tranquilas tardes en que los enamorados acuden a ese oasis habanero para susurrar palabras de amor y prodigarse interminables caricias. 

Cercanos al Malecón se encuentran interesantes lugares, como, a la altura de Trocadero la Casa Museo Lezama Lima, donde el autor de la célebre novela Paradiso, también poeta y crítico de arte, vivió desde 1929 hasta su muerte, acaecida en 1976.

Con una situación privilegiada en la esquina de Galiano con el Malecón, se alza el hotel Deauville, de donde se divisa toda la Habana, y enfrente, a pocos metros la impresionante escultura Primavera, de ocho metros de alto, cuatro metros de ancho y dos toneladas de peso, un homenaje del artista Rafael Miranda San Juan a las cubanas.

Algo más al oeste, se encuentra el Barrio de Cayo Hueso, uno de los primeros asentamientos extramuros de la ciudad, aproximadamente delimitado por las calles Belascoaín, Zanja, Infanta y Malecón, y también el Parque Maceo, en cuyo centro se levanta el Monumento al Titán de Bronce.

Los jóvenes abarrotan los fines de semana, en una auténtica fiesta nocturna, los pies del histórico Hotel Nacional de Cuba, y, a pocos metros, el encantador bar Gato Tuerto, entre el Malecón y el emblemático Edificio Focsa. Justo en la intersección de la calle 23 se encuentra la Fuente de la Juventud, un espacio muy concurrido para los que prefieren disfrutar de la fresca brisa marina y la inigualable vista del litoral.

Fascinado por el embrujo del crepúsculo un fino poeta de origen campesino, José Irene Valdés, dedica al Malecón décimas  que aparecen publicadas en su libro Glebas, y donde exclama: Olas violentas, sumisas,/ se acercan, como si fueran/ hombros de agua que trajeran/ una carga de sonrisas./  

Más allá, el poeta vislumbra que A distancias imprecisas/se ven barcos navegar, / y aquí, siguiendo un andar/ de incitaciones con faldas, hay muchos ojos de espaldas/ a la belleza  del mar… ¡El Malecón de La Habana!, nadie escapa al hechizo de su brisa, sus colores, el olor de la sal y los mariscos de que disfrutan los visitantes, hechizo solo interrumpido por el tradicional cañonazo de las nueve de la noche.

El Malecón, sin otra edificación que se le parezca, es una singularidad única en la que se yerguen numerosas reliquias coloniales, como el Torreón de San Lázaro, en la intersección de la Calle Marina, que, al decir del escritor Ángel Augier “ha resistido durante innumerables décadas los embates de las marejadas y del almanaque con impresionante estoicismo”.

Por si ello resultara poco, en estos días se acrecienta aún más la importancia del  Malecón por acoger la tercera edición del proyecto Detrás del muro (Dedelmu), una de las principales exposiciones de la XIII Bienal de La Habana, que exhibe  obras de artistas internacionales, tanto del patio como foráneos, y que hacen del litoral habanero un punto de cita de niños, jóvenes y adultos, atraídos por las novedosas propuestas de las artes plásticas.

Es sin duda el Malecón, una joya única a cualquier hora del día o de la noche, y a su vez el símbolo más universal y auténtico de una ciudad con cinco siglos de historia.

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