Cuba curiosa: La Saga de los Picapiedras

Rolando Pujol
21 February 2021 6:46pm

En La Habana, durante las primeras décadas que siguieron a su fundación en el siglo XVI, apenas existían personas con los conocimientos necesarios para realizar grandes y complejos emprendimientos constructivos, como los castillos, palacios e iglesias, que ahora forman parte de la personalidad histórica de la ciudad.

Mateo Aceituno fue el primer Maestro de Obras que llegó a La Habana en 1538, con la encomienda de levantar la Fuerza Vieja, para poner en estado de defensa a la villa, azolada por los piratas. Para emprender su construcción, tuvo que adiestrar al personal indispensable, entre los pocos vecinos que estaban disponibles.

El primer alarife mencionado en las actas del Cabildo en 1551 fue Juan Díaz, quien junto con los operarios Maestre Juan, Esteban Sánchez y un tal Nycolao, fueron los primeros constructores que perdieron la vida defendiendo a Cuba, en la fortaleza que ellos mismos habían levantado, para repeler el ataque de Jackes de Sores el 10 de julio de 1555.

Después de este desastre, que ocasionó numerosos muertos y total destrucción, la Corona mandó a reforzar las defensas de La Habana, encargándole al ingeniero militar Gerónimo Bustamante construir el Castillo de la Real Fuerza, un poderoso enclave de traza renacentista, tarea que no pudo cumplir por enfermedad, sustituyéndole Bartolomé Sánchez, quien había llegado de Sevilla con 14 canteros.

Castillo de la Real Fuerza con bello diseño renacentista (1)
Castillo de la Real Fuerza con bello diseño renacentista

 

Con el inicio de la obra en 1558, comenzó la explotación de la primera cantera de piedra conchífera, abierta en las peñas del lado oriental de la ensenada. Desde allí se transportaron los bloques de piedra, hacia su destino en barcazas. Esta cantera también suministró sillares, durante décadas, para edificar casas, palacios e iglesias de La Habana colonial.

El ingeniero Francisco Calona, asume la dirección de la construcción de la Real Fuerza en 1560, y marca un hito en la historia de las construcciones en Cuba, al fundar la Escuela de Maestros Canteros, donde instruye y entrena a un grupo de canteros, albañiles y operarios autóctonos, que pasan a laborar también en las obras del Castillo de la Punta, el Morro y la Zanja Real, bajo la dirección de eminentes ingenieros como Tejeda, Bautista Antonelli y Cristóbal de Rodas, saga constructiva que se extenderá hasta bien entrado el siglo XVII.

Seleccionar, cortar en perfectos bloques y acarrear desde las canteras de la costa decenas de toneladas de piedras, día a día, para luego ajustarlas a la perfección, conformando muros y baluartes, debió ser una tarea titánica, teniendo en cuenta que todo se hacía casi con las mismas técnicas y herramientas empleadas en la antigüedad clásica, aunque ahora con una precariedad permanente de mano de obra y financiamiento.

Los canteros de primera línea iban extrayendo los bloques de unos 100 kilogramos, que luego colocaban sobre los barcos para su traslado a la obra. El trabajo en las canteras era físicamente extenuante, pero requería precisión e inteligencia, para no terminar herido o aplastado por las rocas.

Castillo de la Real Fuerza con bello diseño renacentista (1)
Cimientos de las murallas de La Habana donde se observan parte de los bloques pétreo de su fábrica

 

El proceso constaba de cuatro fases donde intervenían diferentes artesanos. Primero el cabuquero, que extraía el material siguiendo la veta o hebra de las peñas, auxiliándose de cuñas, barras, mazos y picos de recalar. El entallador le seguía entonces, troceando el bloque de piedra, dándole forma rectangular valiéndose de una escuadra.

Una vez que el bloque llegaba a las obras otros canteros especializados le daban las formas idóneas para que pudieran encajar en su sitio.  Por último, el acabado final lo realizaban los tallistas o labrantes, incluyendo también el cincelado de detalles decorativos. Por lo general, un cantero podía realizar él mismo, la mayoría de estas operaciones.

Los bloques se colocaban en su sitio por el albañil y sus ayudantes, uniéndolos con mortero de cal y arena. La cal se obtenía quemando, en hornos de leña, los cascotes de la roca caliza, transformándolos en cal viva, muy cáustica para la piel y los ojos, la cual debía “apagarse” o “podrirse”, en tinas de agua, como mínimo durante seis meses, antes de su empleo en la construcción.

En la medida que iban creciendo los muros en altura, los bloques se alzaban con sogas, poleas y la fuerza bruta de los esclavos o peones contratados.

Los canteros cobraban una modesta cantidad por cada piedra entregada a la obra, por lo que marcaban sus bloques, con signos y letras, que permitían contabilizar y facturar el trabajo que habían realizado. Todavía hoy se observan estas marcas en los añejos lienzos de las murallas.

Lienzo del Arsenal de la Muralla de La Habana
Lienzo del Arsenal de la Muralla de La Habana

 

En los 250 años posteriores a la construcción de la Real Fuerza, se erigieron los castillos del Morro y la Punta, la Fortaleza de la Cabaña, la Catedral de La Habana, las Murallas, el Palacio del Segundo Cabo, el Palacio de los Capitanes Generales y otros portentosos edificios y fortificaciones, que nos asombran hoy por su solidez y hermosa arquitectura.

Baluarte del Morro
Baluarte del Morro

 

Para tener una idea del esfuerzo gigantesco que representó la realización de todas estas obras, basta con mirar las dimensiones de los fosos que circundan el Castillo de los Tres Reyes del Morro, de donde se cortaron los sillares con los que se construyó la fortaleza, que demoró unos 40 años para su total terminación.

Los canteros y demás constructores no vivían mucho. La mayoría apenas alcanzaban las cinco décadas de vida, afectados por dolencias provocadas por la exposición prolongada al sol, el polvo, el acarreo de grandes pesos, la deficiente alimentación y las epidemias que con frecuencia azolaban a la villa.

Foso del Castillo del Morro de donde se cortaron los sillares con que fue construido
Foso del Castillo del Morro de donde se cortaron los sillares con que fue construido

 

Sin dudas, la saga de los “picapiedras” es la historia menos conocida de la construcción de La Habana colonial, y la grandeza de su legado quedará por mucho tiempo en el espíritu de las obras extraordinarias a las que consagraron sus vidas.

Corales de uno de los sillares del Morro
Corales de uno de los sillares del Morro

Fotos: Rolando Pujol

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Back to top