Cuela el Jazz en Café Miramar
En una esquina de Quinta Avenida y 94 hay un café que cuela jazz en las noches. Desde hace pocos meses, en la zona es posible escuchar un caos de instrumentos excepcionalmente premeditado. A veces resulta imposible determinar si se aman con demasiada intensidad o se enfrentan en una batalla inclemente, como si metaforizaran la vida cuando se le ocurre desdibujar los límites entre contrarios.
Pero por algún enigma indescifrable, la presencia noctámbula de la música por esos entornos no resulta extraña ni discordante. Aunque tal vez los vecinos opinen diferente, lo cierto es que cuando uno comienza a aproximarse al centro generador de la armonía –por supuesto, en este caso ya un poco tarde y con el espectáculo iniciado-, siente que ese ambiente siempre ha sido así, que el jazz es autóctono del lugar, cual si fuera una más de las flores de la avenida que despiertan con la luna.
Si bien el reinaugurado Cine Teatro Miramar no era un punto privilegiado en los circuitos nocturnos de La Habana, con la apertura del Café Miramar la situación ha empezado a cambiar. La intervención en escena de varios prodigios de la música cubana contemporánea ha sido decisiva. Ruy Adrián y Harold López-Nussa, Aldo López Gavilán, Jorge Luis Pacheco, Roberto Carcassés y Julio Padrón son algunos de los nombres que imantan a la audiencia aficionada del jazz, o a quienes simplemente saben apreciar el talento y profesionalidad de semejantes artistas.
Sin embargo, lo que sin dudas catapulta esta instalación a las primeras posiciones en el repertorio cultural habanero, es la ecuanimidad de sus precios. Tanto el costo de la entrada (50 pesos cubanos o 2 CUC), como el de las bebidas y alimentos que se ofertan dentro, facilitan no solo la visita ocasional sino también la asiduidad.
Hasta el momento, la capacidad no ha supuesto un problema. La óptima organización de los espacios y la sabia distribución del mobiliario sustentan la afluencia y garantizan a la mayoría una estancia amena. Desde mesas convencionales, un extenso sofá con varias divisiones o las banquetas de la larga ele que esboza la barra, el público se beneficia con una visión nítida de las hazañas que protagonizan los invitados, en un escenario bastante elemental y sin pretensiones.
El elemento del diseño más espectacular en las presentaciones son si acaso las luces que distinguen a los músicos mientras interpretan sus piezas o improvisan. Fuera de eso, en la atmósfera melódica del jazz no interviene nada más que pueda reducir el encanto inherente a su naturalidad.
Sin dudas, Café Miramar cuenta con las cartas necesarias para convertirse en un sitio personal. El tipo de sitio que uno podría aprender a querer, por todo lo divino que alcanza a sentir en el contacto con su música, por los encuentros con amigos, por los recuerdos que se comparten.
No obstante, aún es un espacio demasiado frío. Y no solo literalmente. El calor del Caribe agradece la climatización –que en ocasiones requiere hasta estolas o mangas largas-, pero seguro el jazz y sus amantes agradecerían también una ambientación más cálida. La decoración, de tan sobria, a veces parece de plástico.
Las paredes y columnas dan la sensación de que les han quitado algo. Como si tuvieran, sin tenerlas, las mismas marcas de cuadros ausentes que se perciben en casas desmanteladas. Un poco de color, imágenes humanas y algunos accesorios, ayudarían a que el lugar obtuviera la intimidad que se añora. Sin convertirlo en un bazar barroco de objetos incoherentes y sin renunciar a la sencillez, este centro muy bien podría explotar más su potencial estético para fortalecer su identidad visual.
De cualquier manera, esa esquina del reparto Miramar hoy supone una especie de oasis nocturno para todas esas personas que, en algún momento de sus vidas, sucumbieron definitivamente ante los hechizos del jazz. A un saxofón que imita una lluvia melancólica, a la percusión cuando alegoriza el desenfreno, a un piano que habla de pasiones frustradas, a una trompeta que relata una fuga. En fin, a cualquier instrumento o voz que haya decidido consagrar sus notas a perpetuar la santa herejía del jazz.