Cayo Largo del Sur: de lo terrenal a lo divino

Coinciden en afirmar, todos los que lo visitan, que Cayo Largo del Sur es uno de los lugares del planeta donde la naturaleza no escatimó sus bendiciones. Virgen todavía, en casi toda su geografía, el pequeño islote de unos 30 kilómetros de extensión, prolongado y estrecho, de ahí su nombre, está vestido de playas en 27 kilómetros de su litoral, por donde cualquiera puede caminar, como vino al mundo, sin ser importunado por nadie, desde el amanecer hasta la puesta del sol.

Imperio, eso sí, de las aves marinas y los corales, el minúsculo archipiélago que conforma el cayo, con islitas dispersas pobladas de cocoteros, bancos de arenas que afloran en las transparentes y cálidas aguas, tientan a los peregrinos del mar a la prolongada permanencia.

Leyendas hay, de tesoros míticos enterrados por los pendencieros del Caribe, los primeros europeos en apoderarse de sus aguas y arenas hace 400 años, y de los cuales todavía, en las noches de luna llena, los vigilantes del cayo afirman ver sus fantasmas danzantes, que borrachos y batiendo sables, buscan los tesoros de los cuales perdieron memoria, para luego esfumarse entre los destellos de plata de las olas.

A 177 kilómetros de La Habana y Varadero, Cayo Largo del Sur, la perla más preciada del Archipiélago de los Canarreos, es un destino que hay que incluir en la lista de lo que hay que ver y visitar sin falta al llegar a Cuba. Queda mucho más que contar, pero prefiero que vivan su propia experiencia de descubrimientos.