Humaredas de identidad

Teníamos tabaco y teníamos una América, y teníamos muchas cosas antes de 1492… Miguel Barnet.
Cuba, despoblada de aborígenes ?esos primeros vegueros?, comenzaba a repoblarse de todos los colores y culturas: empezaba a florecer como flor de caña ?como güin cañero: el azúcar impulsaría el desarrollo de la Llave del Golfo, descollante en el mar antillano, envuelta en el fragante y mágico aroma del tabaco.
Desde entonces, el contrapunteo entre el liberal y la conservadora. Siempre, don Fernando: “El tabaco nace, el azúcar se hace. El tabaco es oscura, de negro a mulato; el azúcar es clara, de mulata a blanca… dulce y sin olor es el azúcar; amargo y con aroma el tabaco… ¡Contraste siempre! Apetito que se satisface e ilusión que se esfuma, calorías de vida y humaredas de fantasía… El tabaco es el don mágico del salvajismo; el azúcar es un don científico de la civilización. El tabaco fue de América llevado; el azúcar fue a la América traído…”
De América llevado ¿Por qué, entonces, es único “desde” 1492? Bueno, quizás una forma de promover. El caso es que la Vieja Europa perdió el juicio por el mulato antillano, aromático y humeante, y en Cuba se promovieron vegas y cosechas, almacenes y alguna que otra manufactura, y el contrabando tabaquero que tanto molestó a la Corona que llegó el estanco: estricto monopolio que enviaba forzosamente al rebelde portador del don mágico del salvajismo directo a Sevilla.
Es en este momento que nace la primera muestra de la arquitectura tabacalera en la ciudad capital de esta isla contrapunteada de azúcar y tabaco: la Real Factoría.
Enormes, e increíbles, árboles de maderas preciosas cubanas fueron talados para la construcción del magnífico edificio: inmenso, cuadrangular, que encerraba ?¿encierra aún?? varios patios separados y presenta afuera la apariencia de una fortaleza grande, tan macizos y altos son sus muros y tan bien aseguradas están todas sus entradas, contaba un viajero en 1840, cuando ya no había estanco ni Factoría: el Hospital Militar de San Ambrosio ocupaba la construcción que continúa en el mismo lugar, Suárez y Factoría, calle que le debe su nombre al edificio, al estanco y al tabaco.
En 1818 se terminó el estanco y nacieron ?y se reprodujeron? los chinchales, pequeños talleres instalados en casas con un par de mesas de torcido, y que sumaban unos setecientos operarios en La Habana. Para hacerse la idea nada mejor que los grabados de Hazard: casa pequeña, dos puertas abiertas a la calle, y la ventana enrejada con saliente. Dentro, dos mesas rodeadas de hombres y mujeres entregados al arte tabaquero: la endemoniada manera en que se produce el tabaco, al decir de Reynaldo González.
Los chinchales perduraron en el tiempo como marca de la ciudad, pero el tabaco ?ese que sería habano? nacía y se quemaba sin marcas. Llegó entonces el proceso de concentración: los chincheles comenzaron a disminuir y crecían talleres mayores y aparecieron las marcas del tabaco torcido: selección diferenciada de las hojas, formas de hacer las vitolas, envases, marquillas.
Aquí estoy mirando algunas marquillas de la época. La Unión, con la reproducción de un navío que se me parece al grabado del Santísima Trinidad. Murat ?esta es de Matanzas? con un caballero de barba y gorguera. La Velocidad, en Guanabacoa, y El Aroma, situada sobre el mar en Casablanca, con su despacho en Cuadra de la Cuna No. 97, Habana: así, literalmente. La Emilia, de Manuel Manzano, en Dragones No. 9; El Esmero, en la Calle Águila No. 2; La Honradez, en Calle Cuba No. 83; el Recreo de la O, en Obrapía No.121. Galiano no se quedó fuera en el arte endemoniado: en el número 102, El Néctar Cubano; y en el número 5, alguien que ya comienza con lemas de publicidad: Martínez, fábrica de tabacos legítimos.
En esto de las temas de promoción hay de todo. Para cigarros de altura: El Capitolio, Guanabacoa. En Escobar esquina a Virtudes, la 2da. de Perera advierte: Mis obras dirán quien soy…
¿Y los nombres? Variedades que sobrepasan las más locas fantasías: La Venus, El Apolo Habanero, hasta Lucía Lamermoor. Aunque en esto de los nombres hay uno que me llama la atención: Pamela y Chactas. ¿Qué será Chactas? Ni idea. Esta marca corresponde a la Fábrica de Cigarros y Tabacos de J. M. Cabaleiro, calle de la Alcantarilla esquina a la del Águila, Estramuros. Sí, así mismo, con s, escrito en su marquilla sin ningún tipo de contratiempos ni reclamos.
Esto de utilizar s por x me lleva a una pregunta: ¿por qué, entonces, pretendían impedirle a José Gener y Botet inscribir su fábrica con el nombre de La Escepción? Claro que el catalán se las resolvió a su manera: Yo lo escribo como me viene en ganas… y asunto concluido, ya que era reconocido por las autoridades que el propietario podía utilizar como marca cualquier palabra que no ofendiese la moral, y ?bien mirado el caso? La Escepción solo ofendía a la Real Lengua.
Así, con su ofensa a la realeza del idioma, adquirió la fama mundial que hasta hoy permanece, y que tiene toda una historia en sus orígenes: Gener era propietario de una vega, por San Juan y Martínez, llamada Hoyos de Monterrey, productora de un especialísimo tabaco en rama que un buen día trajo a la capital fijándole un alto precio que ningún propietario de manufactura quiso pagar, sin imaginar que estaban impulsando a un competidor de altura: José Gener y Botet decidió elaborar su propio tabaco, así que arrendó un local en la Calzada del Monte esquina a Zulueta, con ese impulso nacieron las reconocidas marcas Gener y Hoyos de Monterrey.
Ajustándonos un poco más a la historia, en verdad ese no fue el primer impulso porque ¿de dónde nació la vega? Aquí es donde entra en el cuento otro catalán de armas tomar, Juan Conill, quien fuera Regidor del Ayuntamiento habanero, llegó a controlar grandes vegas pinareñas, 500 esclavos, una fábrica en Bejucal de donde salían marcas como Flor de las Vegas, y fundó, en 1840, el primer almacén de tabaco. Pues bien, con Juan Conill comenzaron a trabajar algunos catalanes como José Gener, que de veguero pasó a productor por una cuestión de dineros, y Jaime Partagás, que siempre quiso ser productor y comenzó de veguero, también por cuestiones de dinero.
Sí, porque Partagás ?que en verdad se nombraba Jaume? llegó a Cuba con la ayuda de Conill para fundar, en 1827, una pequeña fábrica de tabaco en La Habana. En verdad su deseo era entrar en el grupo de los grandes; pero, para eso había que esperar, y esperó. Compró plantaciones garantizándose las mejores tierras, se concentró en las mejoras técnicas de la producción, experimentó con los métodos e envejecimiento, y en 1845 lanzó al mundo La Flor de Tabacos Partagás, desde la empresa del mismo nombre fundada en la calle Industria, donde aún se levanta el bello edificio colonial que la acoge bajo el nombre de Real Fábrica de Tabacos Partagás, nombre que llegó un poco después.
Claro que estas no fueron las únicas marcas para recordar: por ahí andaban Romeo y Julieta, Hijas de Cabañas y Carvajal, La Corona, Larrañaga. Por cierto que esta es una de las firmas más antiguas: fue fundada por el gallego Ambrosio Larrañaga en 1834. Y aquí caemos en que no todos fueron catalanes, como parecía cuando empecé a detallar firmas reconocidas, ni tampoco todas fueron en La Habana.
Tenemos el caso de Trinidad y Hermanos, fundada en Ranchuelo por los hermanos villaclareños Ramón y Diego Trinidad Velasco en 1905. Esta firma se considera como la única fábrica de cigarrillos del interior del país que logró sobrevivir a la entrada de los grandes trust extranjeros, como la H. Clay and Bock Company.
Trinidad y Hermanos, también pudiera considerarse como una de las pocas que permanecieron en manos de descendientes de los fundadores hasta 1959. Por ejemplo tenemos que las marcas Gener y Hoyos de Monterrey terminaron en poder de Fernández Palicio y Compañía; la marca Partagás, con Cifuentes y Compañía; y la súper famosa marca H. Upmann con Menéndez García y Compañía, que también adquirieran la firma Larrañaga.
Y aquí con Upmann tenemos otra nueva nacionalidad: alemanes. Hasta en esto de producir tabaco somos un ajiaco multicultural. Únicos “desde” 1492. Yo le digo a usted.
Mejor volvemos con los Upmann. El primer H. Upmann ?del que no conozco el nombre? fundó la fábrica en 1844, que sería heredada por su sobrino nieto Herman Upmann quien declaró la quiebra durante el crac de 1921. La fábrica fue rematada al 10% de su valor, y de una mano a otra terminó donde le conté y hoy forma parte, al igual que las otras marcas cubanas, de Habanos S.A.
¡Cómo se caminó de los primeros vegueros aruacos a estos habanos! Para decirlo con palabras de Don Fernando: “Es tan asegurada la universalidad de la fama del tabaco de La Habana, que el vocablo habano ha pasado al vocabulario de todos los pueblos civilizados no tan solo en su primera acepción de ?natural de La Habana’, sino para significar ?el mejor tabaco del mundo”.
Una vez leí una frase que alguien escribió hace muchos años: “Cuando se habla de La Habana se piensa en el tabaco y cuando se habla del tabaco se piensa en La Habana…” Y sin saberlo, y con tantos años de antelación, estaba describiendo el Festival del Habano, esa fiesta de celebración al mulato antillano, aromático y humeante, que comenzó la conquista del Viejo Mundo en 1492, pero, que ya estaba aquí, en esta tierra que nadie descubrió, sino que, sencillamente, fue encontrada por un error de apreciación del Almirante.
El tabaco, que según Reynaldo González es el único producto que es maniáticamente elaborado para morir quemado por el fuego, fue de América llevado: no es único “desde” 1492: es único, así, sin más… Convengamos con Miguel Barnet: antes de 1492 teníamos muchas cosas, entre ellas el tabaco, una de las conquistas culturales de Cuba.
Así que ya lo sabe: donde quiera que esté, cuando encienda un habano auténtico quedará envuelto en una humareda de identidad de mi país.
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